Nota aclaratoria

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 51, octubre 2007)


Nota aclaratoria para profesionales de la conducta
- No he venido a recordártelo, sé que lo recuerdas.
- ¿Entonces a qué?
- A que no olvides que lo recuerdas.
Miguel Cobaleda Collado (1)
En el número 44 de Ñaque, correspondiente al mes de abril de 2.006, bajo el título ‘Estrategia holística’, apareció publicada una reflexión mía que, en forma de dodecálogo, había realizado unos días atrás sobre la utilidad del ejercicio teatral en el terreno terapéutico. Escrita a vuelapluma la noche del 19 de marzo, vi con agradable sorpresa cómo concitaba el entusiasmo entre personas sensibilizadas por estos temas. Para valorar este entusiasmo, basta leer la editorial del mencionado número de la revista.
Con la señalada reflexión, únicamente había intentado prestar mi apoyo a la persona que coordinaba los talleres de un centro de atención a drogodependientes, con el fin de que tuviese entre sus manos un conjunto de argumentos con los que defender la razón de ser del taller de teatro y, de paso, empapar los alrededores; a ver si por el efecto de osmosis, las  razones esgrimidas alcanzaban a ser observadas en su entorno profesional y, de esta forma, se impregnara en cierto modo, el criterio predominante, abriendo paso a algún tipo de reconocimiento [no demasiado obsesivo; tampoco es preciso], pero, sobre todo, a la posibilidad de que los recursos rehabilitadores que brinda esta actividad sean conocidos y, por lo tanto, puedan ser aprovechados sistemáticamente.
En este sentido, me pareció útil escribirlo; sin embargo, pienso que el susodicho dodecálogo no hace otra cosa que enumerar algunos puntos de vista que casi toda persona que se dedique a este campo, sostiene sin concederle mayor importancia. En todo caso, la novedad se puede entrever en que la citada reflexión lo hacía de manera ordenada y en forma de argumentación. En efecto, el dodecálogo no es otra cosa que un argumentario organizado por utilidades y ventajas que, en gran parte, las personas que andan metidas en el ajo ya conocen o, por lo menos, sospechan y, sin lugar a dudas, esgrimen cuando pueden. Pero acostumbran a ser personas con poco reconocimiento de su trabajo, aunque ello no les afecte demasiado; con muchas ganas de llevarlo a cabo, pero con el resignado convencimiento de que, por más que se expliquen o que, incluso, demuestren día a día, año tras año, el valor del camino emprendido, como mucho, van a recibir una palmadita en la espalda. Nunca será recogida su labor -sus planteamientos y su desarrollo- de forma sistemática por parte de aquellos que, con un mínimo conocimiento y sensibilidad sobre el asunto, deberían considerarla precisamente una labor de apoyo a su quehacer; a esos objetivos de bienestar y salud trazados por el mundo profesional de la conducta humana.
Estas personas, cuantas llevan a cabo este tipo de actividad, optan por morderse la lengua y tirar para adelante, convencidos de la eficiencia de su tarea, no sin cierto presentimiento de que su esfuerzo no será valorado suficientemente; como si no les apoyase una técnica y una estrategia o que éstas, realmente no tuviesen nada que ver con el bienestar y la salud de los participantes, con las principales pretensiones terapéuticas del Centro donde se esté desarrollando nuestro juego dramático. 
No es de extrañar pues, que estas personas ya implicadas en el proceso, se sintiesen aludidas y quizás, confortadas por el dodecálogo en cuestión y que la forma en que éste desplegaba su argumentación les pudiese dar a entender que el documento podría valer para ser invocado como línea de defensa y, en último caso, hasta podría ser empleado para convencer, intuyendo que, en realidad, las reflexiones que contiene no van dirigidas a ellos, porque ellos ya están convencidos, sino que se encaminan a ese contingente de profesionales de la conducta que quizás habría de entender como apoyo a la consecución de sus objetivos, el beneficio de la práctica desarrollada en cualquier taller de actividades.
Es cierto, ¿a quién van a ir dirigidos esos argumentos, sino al conjunto de esos profesionales? Es, en último término, de ellos de quien se pretende obtener atención y reconocimiento de utilidad. Lograr la consideración de técnica auxiliar y someterla, por tanto, a análisis y discusión, sin ninguna concesión previa ni gratuita, desde luego y, desde luego, apartándose también de la consabida frasecita: ‘¡Hay que ver, qué bonito es esto que hacéis!’ … Conseguir el reconocimiento suficiente como para ser observados y discutidos por los que, en principio, no ven clara la propuesta, es lo difícil; conseguir la aceptación y hasta el entusiasmo por parte de quien ya la ha digerido porque está metido de lleno en su práctica (en muchos casos, sin cobrar un duro), es, sin duda alguna, lo fácil, aunque no es algo desdeñable; es un buen punto de partida, es el arropamiento de quien está a favor, pero está claro que lo que se pretende es situar nuestra definición en el anaquel que merece entre las herramientas propias del medio y, para ello, que estas técnicas sean sometidas a análisis y discusión es, sin lugar a dudas, conveniente, aunque, por lo visto, no va a ser tarea alcanzable de inmediato o a corto plazo.
Lo digo porque ya he realizado alguna gestión para que el consabido dodecálogo, que tanta repercusión ha tenido en el otro campo, en el favorable, fuese publicado en el no tan favorable, en alguna revista médica, con la intención de que, en forma de curiosidad divulgativa, llegase a manos de algunos de aquellos a quienes está verdaderamente dirigida la reflexión.
Hasta ahora, sólo he recibido la callada por respuesta. ¿Es que no había para tanto? Probablemente sea así, lo que no quiere decir que vaya a desconsiderar la cálida acogida que he experimentado por parte de las personas que componen el primer campo ni que me parezca oportuno desistir, desanimarme por no haber sido escuchado o por no disponer de cauces ventajosos para exponer la argumentación o para exigir la atención que merece alguna de estas técnicas, como complemento eficaz de los habituales procedimientos aplicados por la inmensa mayoría de los profesionales de la conducta.
Siempre nos asalta la duda sobre si estamos implicados en una tarea de construcción personal o de reconstrucción, mantenimiento, contención o ralentización del deterioro o, simplemente, de acompañamiento. En este espacio parece enmarcarse la labor entusiasta de tanto personal dedicado a tan voluntaria encomienda. Tampoco es que este personal despliegue su actividad para sentir que nadie en especial le asigne ningún valor concreto a lo que hace. Ilustra esta situación uno de los voluntarios que intervino en la experiencia del montaje de ‘Jonás, Jonás’ por ‘Estepa Teatre’(2), quien, después de reconocer, admirado, el progreso experimentado por los participantes en comparación con lo visto en montajes de años anteriores, durante otro momento de su intervención y habiéndome cazado al vuelo una frase que se me escapó sobre lo dicho al principio de este párrafo, vino a dar por hecho que, a veces, da la impresión de que nuestra labor solo sirve de acompañamiento, como para rellenar un hueco. Tuve que recordarle que un momento antes me había estado admitiendo el progreso evidenciado entre los participantes, comparando su actuación con la de años anteriores. ¿En qué quedamos? Estamos tan acostumbrados a nuestra complementariedad que subestimamos hasta nuestra ineludible percepción de utilidad y progreso. Un progreso relativo, claro está, porque, a veces, es fácil constatarlo y constatarlo en conjunto también es posible, pero, en otras ocasiones, se hace necesario echar mano a la consideración de cómo se configuraría ese estadio personal, en hipótesis, de no haber mediado este constante ejercicio de mantenimiento personal y reconstrucción. Porque hay que tener en cuenta que, en muchos casos, la tendencia natural es hacia el deterioro. Si se pudiese constatar, aunque no un progreso, sí un menor deterioro en relación a lo estimablemente previsible, habría que considerarlo un éxito. Hay que medir en condiciones.
Cierto es que, éste de los talleres, es un mundo gobernado, en general, por personas voluntarias, con conocimientos poco homologados, a veces y quizás con una experiencia no construida de forma orientada, según se mire y esto dificulta la comunicación con los profesionales y la integración y el mejor aprovechamiento de nuestro quehacer. Se hace necesaria propiciar una formación que faculte para algo más que para desarrollar convenientemente cada taller, facilitando una mejor comunicación de nuestros esfuerzos con las estrategias establecidas por los profesionales.
Ello no quiere decir, sin embargo, que nuestro trabajo no deba suscitar a la otra parte, su máximo interés, hasta el punto de que constituya un verdadero soporte a su labor y, a veces, un indudable banco de pruebas.
Desde que escribí el ya mencionado dodecálogo, los talleres del Centro al que hacía referencia han seguido funcionando. Entre ellos, por supuesto, el de teatro, dándose el caso de que algunos episodios vividos durante este lapso de tiempo sean acaso dignos de comentario y ocurriendo además, que alguno de ellos tiene que ver con cuanto estamos desgranando en estas páginas.
Entre estos episodios, vale la pena resaltar el vivido con “Persona”, una persona en tratamiento, politoxicómano, afectado de esquizofrenia y con cierto nivel de discapacidad física. “Persona” es conocido entre nosotros, desde que inició su tratamiento, por sus continuos enfados y por sus intervenciones extemporáneas. Su compulsión a intervenir propiciaba que no respetara la palabra de los demás y que lo hiciese con ocurrencias poco o nada relacionadas con lo que se estuviese hablando en aquel momento; se producía además, que cuando se le intentaba exponer la incorrección de aquella actitud, se ofendía sobremanera. No es un supuesto extraño en este entorno; se da con cierta frecuencia en nuestro ambiente, pero cabe destacar que, en este caso, los enfados por este asunto eran patentes y, asimismo, muy reiterados.
De todos, profesionales, voluntarios, personal en prácticas y hasta de sus propios compañeros, es conocida esta actitud, así como su buena pasta, porque, una vez salvado este escollo inicial, todos reconocemos en él una gran persona; por eso me he decidido a llamarle “Persona”. Cabe, por otro lado, destacar aquí que una de las facetas que, entre otras muchas, se trabaja en la práctica teatral (sobre todo, si se hace a partir de un texto previo) es la de la convivencia coloquial; es decir, callar cuando no toca hablar, pero hablar, intervenir, cuando pertenece. Además, la actividad teatral nos ha deparado una ocasión especial para observar algunos factores concernientes a su proceso personal.
1.  “Persona” ha participado en todas las experiencias que hemos llevado a cabo en el centro. En alguna de ellas, con gran interés y protagonismo. Intuitivamente, se podía vislumbrar ya alguna mejora en el aspecto señalado. “Persona” hace tiempo ya que no interviene con tanta frecuencia a destiempo y sin venir a cuento para los demás ni se enfada tanto ni tantas veces. No obstante, en el penúltimo ensayo de la pieza(3) que estábamos preparando, no quiso participar, achacando su actitud a un mal momento como consecuencia de la medicación que estaba tomando. Pese a la inminencia de la representación, se respetó su voluntad, realizándose el ensayo sin él.
2.  Este acontecimiento podía haber acabado en anécdota intrascendente, de no ser porque, al día siguiente y horas antes de la representación, “Persona”, quien intervenía como ‘Narrador’ de la historia, manifestó su deseo de no salir a escena. Son de intuir los inconvenientes que planteaba esta inesperada decisión; a nadie se le escapa que la sustitución de un personaje a horas vista de saltar a escena no es un plato de fácil digestión.
No obstante, me dispuse de inmediato y sin rodeos, a ejecutar el cambio con la convicción de que la participación en la experiencia ha de ser un acto voluntario y que excesivas contemplaciones tampoco benefician a nadie.
En ello estaba, cuando una de las voluntarias integrantes del equipo que realiza el taller de teatro, tomó la iniciativa de convencer a “Persona” haciéndole ver su responsabilidad. A decir verdad, la voluntaria demostró gran habilidad, porque no me había dado tiempo a sopesar el cambio, cuando “Persona” ya había depuesto su actitud, expresando su conformidad a que las cosas quedasen como estaban previstas y que estaba dispuesto a salir a escena.
Esto lo explico para resaltar que lo que, en definitiva, sucedió aquella tarde, partía de una situación ciertamente complicada, compleja, por lo menos. Ahora debo explicar cuales eran algunos objetivos que perseguíamos a raíz del proceso de mejora aparentemente experimentado por el comportamiento de “Persona”, en lo que hacía al control de aquellas intervenciones extemporáneas y a los enfados.
3.  Para contemplarlo mejor, hay que conocer también que la historia de la obra de teatro que estábamos montando, discurre en una continua broma escatológica, ya que en escena se suceden situaciones y diálogos que no esquivan la utilización, como recurso, de toda suerte de términos y efectos relacionados con el tema excrementicio, ocurriendo que son los propios actores quienes han de remedar, en plena acción dramática, el sonido de las ventosidades que, de manera incontenible, el argumento exige a uno de los personajes en escena. Se sugiere recrear con efectos sonoros la pedorrera que padece el personaje indicado debido a que ha ingerido un alimento que le ha revuelto las tripas.
Curiosamente, el juego que se estableció durante los ensayos, consistió en que a los actores no se les fijara ninguna norma acerca de oportunidad o frecuencia ni sobre intensidad para reproducir los efectos, por lo que la recreación de estas secuencias se dejó a criterio elaborado, de forma imprevista y, a veces, imprevisible, por lo propios participantes a lo largo del proceso de montaje. Se pretendía descansar nuestro trabajo en un sentido de la responsabilidad individual frente al proceso de trabajo colectivo.
4.  Un par de factores más vinieron a añadir incertidumbre en nuestra dinámica.
4.1.  “Persona” tenía encomendado el papel de ‘Narrador’; sentado a un lado de la boca del escenario, de cara al público, había de permanecer en esa posición durante toda la función (el papel de ‘Narrador’ lo permite, pero la verdadera razón es la dificultad de movilidad de “Persona”)
4.2.  y, además, era el único actor que disponía de micrófono, por lo que la preponderancia de sus intervenciones respecto a la de sus compañeros, sobre todo, en lo que toca a la broma escatológica, podría haberse convertido en excesiva.
Es decir que fácilmente, “Persona” se hubiese podido sobrepasar y haber convertido en grotesca la acción, de haber abusado de la ‘pedorrera’ o de haberla ejecutado demasiadas veces, demasiado intensamente, habiéndola alargado excesivamente o utilizado inoportunamente.
Sin embargo, “Persona”, pese al historial de comportamiento conocido por todos, en lo que hacía a su propensión a interrumpir extemporáneamente, pese a la actitud contraria a actuar o de rechazo, mostrada durante los dos últimos ensayos y a pesar de la deliberada inexistencia de normas para remedar los ruidos y a la oportunidad que tenía para haberlos reproducido mal y a deshora, micrófono en mano, eligió el comedimiento y la oportunidad, contribuyendo eficazmente y a la vista de todos, al trabajo en equipo que se estuvo desarrollando en escena durante aquella representación.
El comportamiento descrito al principio es conocido por voluntarios y profesionales del centro, la actitud de rechazo a actuar fue presenciada por bastantes personas, la falta de normas en la reproducción de sonidos puede ser atestiguada por cuantos han participado en los ensayos, la broma escatológica existe y está publicada(4) y, para acabarlo de redondear, pudo ser presenciada por un considerable número de espectadores quienes pudieron comprobar también la corrección, claridad en la emisión de voz, oportunidad y eficacia artística de las intervenciones de “Persona”; a lo que, para completar estas consideraciones, se hace necesario añadir que todo lo concerniente a esta representación se puede comprobar, ya que está grabado en vídeo.
Y a eso voy, porque, aunque es cierto que, en el ejercicio teatral, son tratados todos estos aspectos pertenecientes al ámbito de la convivencia coloquial, así como la práctica de la memorización, adquisición de estructuras ligüísticas, así también como muchos otros aspectos tendentes a la reconstrucción personal, sería injusto atribuir únicamente a esta actividad mejoras o cualquier otro factor que se pudiese considerar favorable, detectado durante el proceso.
En el proceso de mejora, de contención o de ralentización de posibles deterioros o de mero acompañamiento, intervienen mediante decidida y eficaz acción otros talleres, otras técnicas, otras personas. Todos contribuyen a crear un valioso marco de apoyo a la labor que se está desarrollando en el Centro. El ejercicio teatral forma parte también de este cuerpo. Cualquier paso, cualquier atisbo, cualquier aliento, debe atribuirse al conjunto de talleres, a las personas que los dinamizan y al tiempo de entrega. El taller de teatro contribuye como el que más, pero no hay que olvidar que hay más. De hecho, la práctica teatral es una práctica en cierto modo, ventajista, ya que, por su cariz interdisciplinario, continuamente se esta aprovechando de la labor ofrendada por los demás (vestuario del taller de costura, escenografía gracias a la colaboración entre varios talleres, fragmentos literarios elaborados por el taller de literatura, trabajo personal en el de yoga, etc., etc.) y, a veces, se muestra nuestro trabajo sin consideración, aunque sin malicia, como si sólo fuese obra propia, sólo producto del ejercicio teatral, cuando gran parte de la labor es de los otros y lo único que lo distingue de ellos, es ese potente redoble de convocatoria interdisciplinaria que genera el teatro, atrayendo a su seno la contribución de esas otras actividades y la facilidad que tiene este ejercicio para subir en ocasiones su labor a un escenario con objeto de ser mostrada como un aparente resultado de un largo proceso (en realidad, este aparente resultado no es más que un elemento más de ese alargado proceso), de modo que este acto permita ensayar en público, ante familiares, profesionales, voluntarios y personas más o menos implicadas y permita constatar aspectos concernientes a ese proceso más general, en el que intervienen otros afanes, otras técnicas, otras personas.
Realizada esta consideración sobre la contribución de otros talleres al desarrollo del proceso, hemos de centrar nuestro análisis en el ejercicio teatral
1.     Cuya estrategia integradora le obliga a relacionarse con muchos ámbitos para potenciarlos y ser potenciado por ellos. Es, en este sentido, como se ha anticipado, una empresa ventajista porque se aprovecha de la actividad de otros talleres, aunque a cambio, estimula la creatividad y dinamiza el conjunto con ese poder de convocatoria que promueve la puesta en marcha de cada nuevo espectáculo.
2.     Evento que es de todos y que ha de servir de ameno cónclave para todos los componentes de los talleres, al implicarlos en un juego de elaboración artística, de constataciones y de generación de autoestima entre participantes y gran parte del público.
3.     Aún así, nuestro ámbito es el teatro, que, aunque no sea la purga de Benito, ofrece un considerable catálogo de oportunidades para ejercitar todos aquellos aspectos que relacionábamos en el dodecálogo, el artículo mencionado al principio de este escrito y que puede tener la pretensión de guardar fiel servicio a la estrategia general del Centro.
Lo que sí está claro es que estamos enclavados en el proceso que va desde un diagnóstico inicial a un alta, transitando entre un jalonamiento de diagnósticos y prescripciones intermedios y lo que es más patente aún es que formamos parte de ese engranaje de recuperación personal. Nuestra labor consiste en gran medida, quiérase que no, en aquello que se hace entre control y control, aparte del cumplimiento por parte del usuario de la pauta de medicación establecida.
La reflexión a la que he aludido al iniciar este artículo, acababa diciendo que la práctica teatral es:

12.2.1.         En definitiva, un intenso y yo digo que especialmente eficaz, soporte a la labor de reconstrucción personal en la que estamos enzarzados.

El entresijo que provoca este afán estriba en que, cuando el profesional encara un diagnóstico, ya sea inicial o de seguimiento, aparte de la coordinación con otros profesionales que intervengan y de la información directa del afectado más o menos ajustada a la realidad, ve y decide, en gran proporción, a través de la observación y evaluación de la estructura personal, bien sea por la capacidad de expresión verbal o corporal, la memoria, el comportamiento, los niveles de autoestima propia y familiar; sobre todo, hábitos…
El profesional decide prescribir una medicación y establecer fecha para el siguiente encuentro. Ha evaluado apoyándose, en gran escala, en factores relacionados con la expresión y el comportamiento. En el próximo encuentro, asimismo en mayor o en menor medida, volverá a basarse en idénticos factores; mientras tanto, entre sesión y sesión (en ocasiones, echando meses de por medio), ¿qué se ha hecho para que el usuario tenga la posibilidad de ejercitar esos mismos factores que más tarde, han de servir de manera tan determinante para evaluar su situación? ¿Qué oportunidad se le concede para coadyuvar con su propio esfuerzo a reconstruir su estructura personal, ralentizar su deterioro o, simplemente, para que su proceso sea más llevadero o algo más satisfactorio?
Cuando, a través de la práctica teatral con este o similar tipo de colectivos, se plantea el ejercicio de la memoria, el trabajo en equipo, la autoestima, la expresión verbal y corporal, la incorporación de estructuras lingüísticas es porque, con esa práctica teatral, se pretende realizar la labor de construir, reconstruir la estructura personal, recuperar lo recuperable o refrenar el proceso de deterioro, según sea el caso, en apoyo a las estrategias generales de salud y bienestar recomendables para la persona y establecidas por el equipo responsable del Centro. Esta ‘nota aclaratoria’ ha estado dedicada pues, a concretar la función auxiliar que puede ejercer un equipo entregado a la aplicación de la práctica teatral, como soporte de los objetivos de un centro terapéutico de estas características. Es una labor de respaldo a los objetivos generales de atención; parece conveniente que exista y oportuno que esté ligada al empeño general, sin fisuras. Y, para que ello sea posible, es indispensable el reconocimiento de la valía y la aceptación de la utilidad de esta tarea por parte de los responsables de definir y controlar estos objetivos. Es razonable pensar que una buena coordinación entre profesionales de la conducta y los responsables de un taller de este corte, puede contribuir a formar un atractivo y eficaz bloque que propicie unas condiciones de recuperación mucho mejores.
Aún así, es difícil convencer a quien no esté predispuesto a admitir el sentido común. Quizás algún día, alguien consiga probar con mayor contundencia esa capacidad para ayudar a rehacer y recomponer la estructura personal que parece ofrecer este ejercicio sistemático de la simulación: el ensayo teatral y la representación ante un público.
Miguel Pacheco Vidal


(1)    El carbón y el estuco’; Miguel Cobaleda Collado; Instituto "Lucía de Medrano"; colección "PASIÓN DEL LUCÍA"; Salamanca, 2.006
(2)    Representación de ‘Jonás, Jonás’, obra de teatro del autor de este artículo, por parte de ‘Estepa Teatre’ de la Asociación ‘Estel de Llevant’ de Manacor para la atención de enfermos mentales, el 29/6/2006, bajo la dirección de Margalida Tauler.
(3)    Se trata de la representación realizada de un fragmento de ‘Historia de una cereza’, obra de teatro del autor de este artículo, el pasado día 12/12 en el Casinet d’Hostafrancs de Barcelona, por parte de un colectivo de usuarios y voluntarios del CAS  de Sants de Barcelona.
(4)    Historia de una cereza’;Colección 'Teatro EDB'- EDICIONES DON BOSCO.- Barcelona, 1.982